La piel que habito, historia de venganzas
Por Enrique Luis Sánchez
Estamos frente a dos venganzas, la primera cuidadosamente planificada e inexorablemente ejecutada, en tanto que la segunda fue pensada paso a paso a lo largo de seis años, prolijamente registrados, y que solamente espera su oportunidad. Sin embargo, como en un juego de espejos, el vengador termina ejecutado y el objeto de venganza se erige triunfador.
Nada es lo que parece y, sin embargo, las piezas calzan perfectamente, como un puzle o como en los trozos de piel que Robert tan bien y prolijamente hilvana sobre la piel de Vicente, devenido en Vera.
Cual moderno Pigmalión o nuevo Dr. Frankestein, Robert perfecciona su técnica y la aplica paso a paso, sin prisa, aparentemente contando con la complicidad implícita de Vicente/Vera, quien, pudiendo deshacerse de implantes y suturas, deja que el amo prosiga su obra a su arbitrio, llegando incluso a la dilatación vaginal en pos del perfeccionamiento de su obra.
Esta Galatea se asemeja a Gal, una Gal milagrosamente redivida, ahora sí solamente suya, impoluta, sin rastros de su engaño ni huellas del fuego sobre la piel.
Pero el plan falla: Gal (Vera) vuelve a ser poseída por Zeca y Robert ve su obra mancillada, y a modo de rabiosa rebelión, la posee por primera vez. Robert no duda en deshacerse del transgresor Zeca, vengando de esta forma dos veces el mismo avasallamiento.
Cuando la obra parece concluida, armoniosamente ejecutada, Vera se reconoce en Vicente, y todo su encono acumulado estalla en un encuentro final de sexo y muerte. Galatea se ha vengado. Vera asume su nuevo estado, pero recupera a Vicente frente a su madre.
Sin embargo, ya nada podrá ser como antes. Es incierto el futuro de Vera/Vicente, como un Jano de dos caras que nunca sabrá cuál es la verdadera.