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24 agosto 2010 2 24 /08 /agosto /2010 19:48
Por Juan José Marenco Negui
Es una propuesta cinematográfica compleja que nos aproxima al tema de la “salvación”, entendida ésta como la liberación del hombre, de un estado o condición indeseable.
 Sugiere que nuestra pervivencia o permanencia se da a través de la creación (artística), la cual nos atraviesa esencialmente. bigfishthemovie.jpg

Señala los códigos que deben aprehenderse con el objeto de garantizar nuestra continuidad.

Muestra a un padre que intenta tenazmente que su hijo incorpore estos preceptos, a pesar de sus reticencias.

Ocurre algo semejante a lo que sucede en el “mito de la caverna”: el progenitor representaría,  según la alegoría de Platón, al hombre liberado, que es obligado a contemplar la luz de una nueva realidad más profunda y completa, ya que es causa y fundamento de aquella otra integrada sólo de apariencias sensibles.

Este relato concluye cuando el que era prisionero regresa a la oscuridad e intenta persuadir a sus antiguos compañeros que lo imiten en su ascenso hacia el conocimiento, representado por el sol, figuración de la idea del Bien.

En la película, Edward Bloom, su figura central, es enérgicamente despedido del vientre de su madre y luego rescatado como si se tratara de un auténtico profeta.

Es pertinente recordar aquí a Jonás (que en hebreo significa “paloma de paz”) a quién el propio Yahveh salvó del mar en el vientre de “un gran pez” y lo mantuvo allí tres jornadas en las cuales el rebelde oró de modo continuo, reflexionando acerca de su “desobediencia”.

El protagonista del film advierte luego, a través del “ojo malogrado” de una bruja, cuál será su verdadero destino, hecho que lo incita a embarcarse en las más arriesgadas aventuras, del mismo modo que la cámara le garantiza a Tim Burton su fantasía onírica, visualmente exuberante  y plagada de dualismos simbólicos, donde prácticamente desaparece la línea que separa lo real de lo mítico.

En suma, la película hilvana prolijamente el viaje que Will Bloom (“el hijo”) realiza para apropiarse de lo que su padre intenta trasmitirle, con la vehemencia de un héroe de nuestro tiempo.

Los espectadores nos convertimos entonces en infinitos vástagos forzados a descifrar los inagotables códigos que propone “el artista”, obligándonos a ejercitar ese “don” según el cual, y respondiendo a lo que plantea Platón, ejecutamos la cualidad que nos convierte en seres humanos y que consiste en elegir el camino del alma que nos conduce hacia el ámbito de lo inteligible, como única alternativa para participar “en el guión” de nuestro propio y singular destino.

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