Volver, a pesar del viento
En Volver, la figura de la madre, que ocupa el centro de atención, encarna al pasado que vuelve para saldar deudas con el presente.
Vuelve clandestinamente, de manera silenciosa pero para hacerse oír. Se cuela en el baúl de un auto a escondidas. Tiene una apariencia desarreglada, como de mendiga. ¿Será porque viene a pedir y a lavar?
Curiosamente antes de saldar su deuda comienza lavando cabezas en la peluquería ilegal.
Lo clandestino está muy presente en toda la historia: la forma en que Raymunda se encarga de Paco y el restaurante del que se adueña, la peluquería ilegal de Soledad, la madre que se hace pasar por extranjera, la sepultura que Raymunda le da a Paco, la tumba de sus padres, la amiga prostituta, Agustina que fuma marihuana y prefiere no denunciar la desaparición de su madre a la policía porque "ellos preguntan mucho y los trapos sucios se lavan en casa", pero en su lugar, elige la TV basura para buscar la verdad, aunque luego se arrepienta.
Muchos secretos que guardar. Mentiras piadosas en nombre de profundas verdades.
Las mujeres de ese pueblo tiene otras reglas que a los ojos de la ciudad rozan con lo ilegal, una forma alternativa de resolver y de vivir.
Raymunda comienza a reencontrarse con el pasado en una canción de tango en ritmo de flamenco. Como si el tango no fuera lo suficientemente triste y melancólico como para agregarle otro tono de amargura.
Luego se reencuentra con su madre debajo de una cama, en el suelo, el lugar donde se esconde la tierra. Una vez que salgan tratarán de limpiar su dolor.
Como en los créditos finales, los lazos se encuentran y entrecruzan, se unen y dejan nacer flores dibujadas. Carne, sangre y flores conviven armoniosamente en un pueblo de mudos fantasmas y murmullos de vecinas. Donde el único que grita es el viento, capaz de llevarse la basura, enfermar a la gente y esconder en su grito pasiones clandestinas.
Lorena Marazzi.