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Volver, para cerrar el círculo

Por Guillermo Trunzo

 

Esta película es Volver de muchas formas. Es para el director un volver a La Mancha de su infancia y, como él mismo reconoció, colocar en su lugar algunas piezas de su pasado que no estaban resueltas; es un volver en su carrera a algunos tópicos de comedia, al universo femenino, y a su musa Carmen Maura, de su época clásica,  sólo que menos desaforado, más maduro pero con la soberbia dirección de actrices de siempre. Volver es también el tango hecho flamenco en la voz de la protagonista, -que no es la voz real de la actriz, cosa que el autor no pretende esconder, sino exacerbar los personajes en función del sentimiento que quiere transmitir- cuya letra nos habla de alguien a quien el pasado ha lastimado, pero que tiene en ese mismo pasado ilusiones que necesita recuperar para seguir viviendo. Y Volver es finalmente el recorrido que las mujeres de esta historia deben hacer hacia ese pasado que exige ser escuchado y vivido hasta el final. (1)

En ese pueblito de La Mancha, ruge el viento como un reclamo del pasado. Los molinos nos dicen que hay que cerrar un círculo, pasando primero por el pasado, lavándolo, y reconciliándose con él. La puesta nos transporta a sus calles empedradas, sus gruesas paredes encaladas, los pesados y antiguos portones de madera, los azulejos, y los hierros del ambiente de la infancia de la protagonista, que lo es también del director. En ese pueblito, de manera surrealista, los muertos están cerca, pueden participar de las vidas de sus gentes, y de algún modo continúan entre ellos. El personaje de Agustina, está dotado por Blanca Portillo con una increíble contención y solidaridad; y hay en él una aceptación y cierta sensación de continuidad después de la muerte; de manera tal que pareciera que Almodóvar, ya más entrado en años, busca encontrar serenidad ante la idea de la muerte que se le hace palpable ahora que recorre su madurez y dejó su etapa de juventud más alocada.

En su visión, el infierno, el purgatorio y el paraíso están aquí, en esta vida, y sus personajes los atraviesan a medida que cierran el círculo.

La gráfica de la película nos muestra a Raimunda, el centro de la historia, atrapada entre imágenes en blanco y negro que son el pasado, los muertos, e imágenes de flores rojas. Pero las primeras laten, están vivas y son actuales y acuciantes; y las últimas son artificiales, y no pueden disimular a las primeras. En los créditos, la cámara va de derecha a izquierda, dando la sensación de una vuelta atrás. Para cerrar esta historia hay que volver.

El viento Solano anima al fuego, la pasión y el dolor, a los que al principio Raimunda trata de evitar, aceptando su papel en el ritual del cementerio, o apagando el televisor que muestra un incendio azuzado por el viento en lo de la tía Paula – dicho sea de paso, una soberbia Chus Lampreave- pero irremisiblemente el pasado y su fuego la alcanzarán de lleno, su pasado no la va a dejar tranquila hasta que lo redima, está ahí acechando; como la sangre que tiñe de escarlata el papel blanco en el piso de la cocina, en un plano detalle revelador. Raimunda trabaja lavando “trapos sucios” y tendrá que hacerlo con su madre para reconciliarse con su vida y perdonar. Y en el otro trabajo, parece estar en un aeropuerto, que remite a un viaje, que remite al tiempo, un viaje de ida y vuelta que debe hacer al pasado.

Este drama se presenta mezclado con un toque de comedia, algo característico en Almodóvar. La vuelta de la madre, Irene, - que es también la vuelta de Carmen Maura con el manchego -, no es una vuelta totalmente dramática y sobrenatural. Irene es un fantasma pero no lo es; está, si cabe el término, “clandestinamente viva”; lo clandestino aparece muchas veces en la ruta de estas mujeres a medida que se ayudan unas a otras para salir adelante. El juego de Soledad (Lola Dueñas estupenda), a la que la madre se presenta primero, y cómo ésta al principio oculta a la hermana y a sus clientas la naturaleza de Irene, da lugar a escenas de comedia, alguna de ellas entrañable, como las hijas riendo y el primerísimo plano que hace a la madre, riendo al mismo tiempo que sus hijas sola, sin que la vean, desde su escondite.

Raimunda es una mujer exuberante, apasionada, una fuerza de la naturaleza que es imparable, y paradójicamente, vulnerable a la vez; desborda energía y pasión, y sus faldas y blusas ajustadas, su escote, su porte, sus aros gigantes y su pelo salvaje y aparentemente despeinado son un inconfundible homenaje a las Loren o Magnani del neorrealismo italiano. Parece víctima de su pasión, que es violenta y a la que debe dar la espalda para sobrevivir; ya que está engranada de tal manera de conducirla siempre hacia hombres equivocados. Su madre le dice “los hombres que queremos están para hacernos sufrir”.

Ella representa a las mujeres que afrontan mil dificultades en la vida, y que luchan y se las apañan solas como pueden, ocultando, mintiendo, pero también ayudándose, brindándose, y derrochando calor humano. Esta es una familia  de mujeres y ellas son el sustento, la fuerza vital, y hasta la fuerza física cuando haga falta. Los hombres están ausentes, y el marido de Raimunda es sólo una carga más que ella soporta, y cuando le anuncia que lo han echado del trabajo, la primera reacción de Raimunda es pensar que se deberá buscar ella otro trabajo, además de los que ya tiene, en el día Domingo, su único día libre.

Es inolvidable el plano cenital de Penélope Cruz en la cocina. Madre, ama de casa y femme fatale toda en una, cargando con el peso de todo, y fregando el cuchillo que luego será instrumento del destino, y también el plano de ella cortando ajíes rojos con un filoso cuchillo en el restaurante, todavía resistiéndose a considerar la aparición de su madre, ante la insistencia de Agustina, que también necesita su parte de reconciliación con el pasado, que Raimunda no puede darle, aunque al final la deuda le será saldada por Irene.

Finalmente Raimunda se enfrenta con su pasado y con su madre. Es memorable la secuencia de la confesión de la Irene de Maura a su hija Raimunda, y su expresión de pollito mojado que implora perdón desde su escondite debajo de la cama, como las cosas que nos avergüenzan y queremos tapar, cuando enfrenta a Penélope Cruz, en un plano picado donde ella está allá bajo, bien chiquita.

De ahí en más, las heridas empiezan a cerrar. Cuando por fin se han encontrado madre e hija cara a cara, y vuelven del pueblo en el auto rojo de Sole (cuyo conducción siempre asume Raimunda, la que pone el cuerpo a todo, un auto rojo –la vida que escapa a la muerte, el pueblo?), las 4 mujeres juntas, los molinos del camino son mostrados primero con un encuadre oblicuo; y aquí se enderezan y vuelven a ponerse derechos. Los traumas del pasado empiezan a cicatrizar. Ahora se tendrán la una a la otra.

Y a nosotros nos queda la satisfacción de que Almodóvar ha vuelto para hacernos disfrutar del buen cine.

 

 

(1) “El pasado es inmensamente real y actual; y atrapa a todo aquel que no logra redimirse mediante una respuesta satisfactoria” C. G. Jung

 

 

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