Análisis de Fernando Larraburu

Dicen que Einstein, cuando trabajaba en la formulación de una teoría,
se detenía a percibir si la consideraba armónica
y de no ser así intentaba por otro camino.   

Un chico que busca a una chica que conoció hace seis años y cree encontrarla pero se equivoca…. Esta es toda la historia, tan simple y tan vigente como el amor, amor ingenuo y apasionado que ostenta el protagonista que así lo vive y manifiesta.

Esta historia podría haber sido cualquier otra porque en verdad es solo una excusa de la cual probablemente Guerín no sea del todo consciente pero aquí se trata de mostrar otra cosa, otro enfoque, otra percepción de la realidad.

Sería fácil decir que abundan las imágenes bellas, que las hay, y que entonces todo se remitiría a una especie de canto a la belleza. ¿Que hacen entonces las otras, las que no lo son? ¿No será que lo que está detrás de todo es la búsqueda, o por mejor decir, la mostración de la armonía? Término subjetivo si los hay y que sin embargo identifica algo casi imposible de no percibir cuando se halla presente. Además tengamos en cuenta que lo bello es siempre armónico pero lo armónico no siempre es bello. Si nos paramos en medio de una selva, rodeados de un aparente desorden, sentiremos seguramente esta sensación de armonía a la que me refiero.  

Entonces si seguimos por este camino y como nos lo muestra el director, encontramos armonía en los rostros bellos, en las miradas, en los gestos, en los ruidos, en la música que se escucha, en los murmullos, en ese tranvía que constantemente atraviesa la ciudad sin molestarnos pero también en los ancianos, en el desorden (las copas que se caen derramando su contenido) en las personas con discapacidades y deformaciones, en una pordiosera y en todo lo que nos hace “respirar” el aire de esa ciudad sin darnos cuenta.

Por último y sin pretender ser concluyente tal vez sea acertado decir que Guerin más que cineasta es un pintor que pinta imágenes en movimiento.