I have just seen a face
Por Laura Oroña
Virgil pasó los mejores años de su vida observando y siendo observado por bellas mujeres, cuyos retratos encerraba en el sótano de su casa, bajo llave. Todo ese amor que tenía en su interior estaba oculto bajo una aparente perfección y pulcritud en su persona, desde el pelo sin una cana hasta los guantes que portaba en toda ocasión.
Virgil era, tal como la primera pieza del autómata que encuentra en la Mansión Ibbetson, una contradicción: cubierta por una capa de oxido, pero nueva y brillante debajo de ésta. En el interior de nuestro personaje todavía está la inocencia y la incredulidad de quien nunca ha amado. El cree haberlo visto todo pero, en realidad, no ha visto nada.
Y así es como, contradictoriamente, Virgil se enamora de alguien antes de verle el rostro. Se enamora de un fantasma, a través de una pared. Y cuando finalmente ve su cara, es como si fuera la primera cara que vio en toda su vida. Y a medida que se va despojando de su oxido, va empezando a relucir, tal como la pieza del autómata. Y finalmente descubre que la verdadera obra de arte es el amor, y que nunca es tarde para empezar a amar.