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9 octubre 2010 6 09 /10 /octubre /2010 16:31

Cuando, cómo y donde…

(quizás, quizás, quizás)

 

Por Martín Fernández

 

Tanto la Sra. Chan como el Sr. Chow se ven envueltos a lo largo de esta historia en un sincronismo aterrador… un sincronismo que los muestra yendo y viniendo, recorriendo los mismo caminos, las mismas veredas, las mismas escaleras y hasta siendo mojados por la misma lluvia… pero siempre con segundos o minutos de diferencia … Un sincronismo desarticulado.

in-the-mood.jpg De lo que habla el film “Con ánimo de amar” es del desencuentro en el tiempo… Y la lectura se hace desde la historia tanto como desde el relato hasta la profundidad de su  análisis. Porque este desencuentro es tangible, se ve, se aprecia en las imágenes y la danza que ellas procuran para contar la historia…

También es el cuento de un hombre común y de una mujer cualquiera, porque ¿quien no ha sentido una vez en la vida que aquella persona que alguna vez lo movilizó no pudo ser conquistada?.

 

La repetición en la vestimenta de Chow, su cabello pulcramente peinado con fijador, sus cigarrillos más que fumados consumidos… todo esto indica que hay un león enjaulado dentro suyo… una fiera que, por temor a devorar todo a su paso, permanece en el fondo de su ser bien atada, agarrada, controlada… Detenida en el tiempo. ¿Qué pasaría si esa fiera lograra salir a la superficie? Nadie lo sabe… Tal vez generaría que el tiempo pase sin cálculo previo, sin su lento pero ininterrumpido transcurrir… tal vez generaría la ceguera absoluta del descontrol… y ese peso, el del descontrol, para Chow es imposible de sobrellevar.  Tanto que hasta es capaz de dejar ir aquello que más ansía en el mundo…

Y la Sra. Chan no se queda atrás… Para ella el tiempo es más pesado aún… tiene un marido que la engaña, no tiene hijos y el fuego en su interior se apaga poco a poco, se va consumiendo… cada vez mas antisocial, de hecho no se cansa de negarse y autoexcluirse de las infinitas invitaciones de sus vecinas a jugar al Maejong… Ese reloj blanco, gigante y concreto habla de Chan… amenaza con ganar su pulseada, amenaza con transformarla en una prisionera de sus propios prejuicios. Tan sólo dejando transcurrir el tiempo…

El tiempo la oprime tanto que el tic-tac se viste de cuello alto y la transforma en una bella sirena encorsetada que se pasea de un lado a otro, del trabajo a su casa, con un vaivén de caderas al son de las agujas…

 

Al son de un bolero que dice dos cosas fundamentales: que el amor es atemporal (otra vez el tiempo) y que no tiene idioma (Nat King Cole en español inmiscuido en un film japonés) estos dos bellos personajes sufren, aman, se enojan, se preguntan y se quedan sin respuestas una y otra vez…

Y para ponerse algo filosóficos nos podríamos preguntar:   ¿qué o quien hace que las cosas sucedan? ¿Qué o quien dispone del accionar de las personas? Porque, de existir una respuesta, habría que decir que ese ser en este film es un verdadero sádico…   Sino ¿como explicar que la única vez en toda la historia en que estos dos personajes sincronizan de verdad y confluyen y llegan al mismo lugar en el mismo momento es justamente al mudarse al edificio? La única vez en que ambos son vírgenes el uno para el otro, son bellos el uno para el otro, son misteriosos el uno para el otro… Pero, a partir de ese momento el tiempo, el reloj biológico, la madurez, y la energía particular y única de ambos personajes nunca más vuelven a coincidir… por más que vuelvan a cruzarse, a mirarse, a desearse…

Y desde allí crece la historia. Ambos juegan en un restaurante a vengarse de sus respectivas parejas que los han traicionado, que los han hecho perder valiosísimo tiempo… Ambos se ilusionan con que, tal vez, el hecho de estar el uno al lado del otro les propicie un verdadero futuro de ensueño… una verdadera vida. Pero no. Ni siquiera devorando un jugoso trozo de carne, que ocupa todo el amplio de la imagen, tan magnético que no permite que la escena se edite. Que genera un paneo de un plato al otro, que muestra dos  ansias detenidas, laxas, apetecibles, pero sin palabras…

 

Tampoco el tiempo histórico los ayuda a ninguno de los dos: La década del ’60. Otro gran desencuentro. Porque ser 2 personas comunes, llenas de miedos y prejuicios, en esa época, los sitúa en un complicado escenario: si hoy en día aún la poligamia no es “socialmente” bien vista, que decir de lo mismo hace 50 años… Tal vez 100 años adelante en el futuro Chan y Chow podrán fundirse en un beso interminable, en un mundo cambiado y evolucionado… pero no. Ambos viven en un mundo cuyo tiempo es otro.

Y tal es la fuerza del tiempo que éste consigue vencer y divide el sinuoso camino de ambos personajes definitivamente para separarlos. Chow decide partir a otro lado, y allí ella teme perder lo que nunca tuvo, mientras él se siente vencido por haber perdido otra batalla.

Chan permanece encerrada entre cuatro paredes asfixiantes, entre pasillos con luz tenue, dentro de sus ajustados atuendos, dentro de si misma, negando aquello que realmente desea: fluir. Paralizada.

Chow viaja a Camboya y allí para ambos el tiempo se desvía definitivamente.

Nunca consumaron. Nunca accedieron. Nunca conectaron. ¿Por qué? Porque sus tiempos no coincidían.

La última escena es elocuente. Chow llega a un templo majestuoso, perenne, que quita el aliento. Como Chan: majestuosa, pero inaccesible, de otro tiempo, con una energía anacrónica hacia él.

Y allí, en ese lugar, Chow deja un pensamiento, un dolor, un secreto. Lo deja depositado en un lugar del que no va a salir jamás, del que nunca será liberado. Que permanecerá quieto para siempre. Todo el amor y la pasión quedan detenidos en una pared atemporal, eterna. Una pared tan imponente y sabia que puede guardar en su interior la historia de un amor truncado, la historia de un desencuentro en el tiempo.

 

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Comentarios

H
<br /> Como buen film oriental no es fácil llegarle a fondo....sin embargo el análisis es meticuloso, no se queda en la superficie, disecciona bien a los dos personajes y maneja bien el idioma.... un buen<br /> trabajo<br /> <br /> <br />
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