La certeza de saberse uno
Por Gisela Manusovich
La piel que habito habla de las búsquedas.
Hay dos búsquedas diferentes.
La de Robert, quien indaga valiéndose de artificios, desde la manipulación, desde su condición de victimario.
La de Vicente, quien busca su Verdad (Vera), desde la condición de víctima y resistencia.
Robert va habitando pieles para tejer la propia, esa que carece, porque no encuentra otra manera de recubrir el inmenso vacío que lo constituye. Un vacío tan negro y hueco como la boca del saxo llorón de la fiesta en la que (la) Norma se pierde.
Robert es el del afiche del film, está al rojo vivo, de espaldas, carece de piel y la busca desesperadamente en los demás, una piel que sea resistente al dolor. Él mismo lo enuncia abiertamente en la conferencia “el rostro es lo que nos identifica” y a continuación lo vemos de espaldas, como escondiendo precisamente eso que nos identifica, y cuando volvemos a verlo de frente tras de sí, en la pantalla, se reproducen rostros horrorosos que poco a poco, tras injertos y operaciones, van adquiriendo un nuevo semblante, una máscara amable, presta a sociabilizar. Es que esos rostros junto con el aparentemente verdadero de Robert son los reales, los que van a ir apareciendo tras sus vínculos, insinuaciones e indicios.
Robert es pura apariencia, una máscara que lo define en su extrema y redundante pulcritud y asepsia –siempre que aparece tan insistentemente un extremo sospecho la presencia socavada del otro- que se completa con el otro opuesto, con Zeca, el tigre, su hermano brasileño. Zeca es la parte animal de Robert, la explícitamente asquerosa, roñosa, quien abre las puertas de la líbido sexual perfectamente encerrada en Robert. Si Robert carece de piel, a Zeca le sobra –el disfraz de tigre-. Recién a partir del abuso de Zeca hacia Vera, Robert puede abrazarla y desearla. Zeca abrió la puerta del encierro de Robert.
Ambos son la cara y seca de una misma moneda, la moneda de la carencia y el desprecio.
Hay algo de verdad contundente en el rechazo de Norma por su padre, una verdad que podrá emerger solo si jugamos a completar a Robert mediante los indicios que la película nos ofrece.
Si sumamos los rostros que se agazapan tras de Robert en la pantalla de la conferencia, la máscara que lo deforma cuando rapta a Vicente, el horror que despierta en su hija (¿loca?), somos nosotros quienes debemos reunir los elementos y decidir quién es Robert, y esto, en mi opinión, es lo más interesante de la película.
Porque se trata de un film “agujereado” –como me gusta nombrarlos- que necesita de nosotros para que llenemos sus huecos, para que completemos sus sentidos.
Por supuesto Robert fracasa en su búsqueda, todos a su alrededor mueren. No sólo no encuentra una piel resistente al dolor, con la que cubrirse, sino que su experimento, su criatura, termina por aniquilarlo dejándolo aún más desnudo y definitivamente de espaldas.
Vera va emergiendo poco a poco desde Vicente y para que esta mutación sea posible Robert somete al muchacho a una completa deshumanización para comenzar desde allí, desde la animalidad rasa, a construir su artificio.
Vicente logra a partir de un profundo trabajo espiritual aceptar a Vera pero esto requiere de un viaje sinuoso y no carente de resistencias.
Hacia el final, ya plenamente verificada le dice a su madre “soy Vicente” y este enunciado tiene una doble significación. La primera tiene por objetivo el reconocimiento de su madre y la segunda otorga la información sobre el reconocimiento propio, este soy yo, esto que ves realmente soy yo, Vera es Vicente.
Considero que realmente Vicente se había congraciado con Vera cuando se lo enuncia al colega de Robert, pero esta aceptación era para satisfacer a Robert, era para el otro.
A partir de la irrupción de su foto en el diario Vicente se recuerda a sí mismo en su propia identidad, recupera su Yo y con él su historia, su familia, su subjetividad.
A partir de aquí sostengo que Vicente asumirá a Vera para sí mismo, para su propia mirada. Vera también muta, es un objeto que deviene Sujeto, cuando lo hace por decisión propia, con deseo propio y es aquí cuando Vera se convierte en la Verdad de Vicente, preanunciada mucho antes de ser secuestrado cuando vemos a Vicente armando sus maniquíes dentro de una cabeza de mujer hecha de alambre dorado. Sin embargo, ambas cabezas, la de Vicente y la del maniquí dorado, miran en sentidos contrarios, aún no hay una verdadera identificación entre ambos. Hacia el final, cuando Vera/Vicente baja del taxi que la/o llevó al local de su madre, vemos en la vidriera un vestido rojo que se fusiona con el reflejo de VV, se fusionaron, ambos son uno, la paz espiritual ya puede dejar de funcionar como arma antipánico para descansar sobre la certeza de saberse uno.