Free as a bird
Por Laura Oroña
Raquel es como uno de esos bellos pájaros encerrados en uno de los tantos cuadros y papeles tapices que decoran la casa en donde se desarrolla esta película: son libres, tienen la capacidad de volar, pero no lo saben, o no conocen cómo. Y prefieren la seguridad de una bella jaula a la incertidumbre del mundo exterior.
La nana está encorsetada en su traje y en su rol, y su vida empieza y termina en la misma habitación y con la misma rutina, día tras día. No hay cambios trascendentes ni radicales que hagan peligrar la monotonía de su vida. Hasta que el exterior irrumpe en la casa y en su vida, en la forma de tres niñeras que vienen a ayudarla en sus quehaceres diarios.
Al igual que la institución de la iglesia católica (representada por la señora de la casa), que rechaza de plano todo lo externo que pueda venir a poner en jaque el sistema establecido, Raquel le cierra, literalmente, la puerta a todas las niñeras nuevas. Las deja afuera, y no les da la oportunidad de mostrar que hay maneras diferentes de hacer las cosas, y que por más que sean diferentes, no necesariamente son malas.
Toda la angustia que carcome internamente a Raquel se manifiesta externamente en jaquecas terribles, que trata de combatir con el consumo compulsivo de analgésicos, como si con un dedo se pudiera tapar el sol. Cree que el malestar que la aqueja puede esfumarse limpiando una y otra vez aquello que esta impoluto, porque “aunque no se vea sucio, no significa que no esté sucio”.
Y eso es, precisamente, lo que sucede en esta casa: aunque veamos una familia perfecta, no significa que lo sea. El marido es un personaje ausente cuya pasión son los barcos a escala y el golf, y la señora de la casa pasa por alto el comportamiento irreverente y las maldades de Raquel hacia Camila para no tener que enfrentar la dura realidad.
Todo cambia para Raquel cuando llega Lucy, que con su naturalidad y espontaneidad va a mostrarle a Raquel que vivir la vida más alla de ser la nana no está mal, no es un pecado. Así como no lo es el sexo extramatrimonial ni un topless en el medio del jardín.
Y al abrirle la puerta a Lucy, Raquel se descubre como persona y como mujer, deja atrás la niña que tiene miedo a crecer y empieza a andar un nuevo camino, siguiendo las huellas de su mentora Lucy, quien le indicó la dirección a seguir, pero le soltó la mano, para que, de una vez por todas, se anime a caminar sola.